Derechos, correponsabilidad, solidaridad… el silencio.

Estos días la prensa local de Gijón publicaba una noticia relacionada con la futura apertura de un nuevo recurso social dirigido a jóvenes. Un centro donde quienes han estado bajo la tutela del Principado de Asturias tendrán la oportunidad de seguir construyendo su proyecto vital. Recordemos la obligación que tenemos como sociedad a la hora de proteger los derechos (constitución, derechos humanos, convención sobre los derechos del niño…). Desconozco (como la gran mayoría) los entresijos del proyecto pero si reconozco que responde a una de las muchísimas demandas que se lanzan desde distintos sitios a los poderes públicos.

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Ésto, que debiera ser motivo de júbilo y celebración, por tratarse de un espacio más de oportunidad para quienes lo necesitan, está evidenciando todo lo que nos falta por avanzar en «derechos, corresponsabilidad y solidaridad». Miedo da leer la cantidad de comentarios que se acumulan en las noticias publicadas o en redes sociales. Mensajes que prejuzgan, criminalizan y tienen la capacidad de estimular la cultura del miedo, de «lo mio primero», del rechazo al diferente… Y todo este pensar y sentir se materializa por que tras la palabra «jóvenes» viene la palabra «inmigrantes».

Creo que una sociedad debe cuidar de las personas, debe generar las oportunidades suficientes para que aquellas que parten de contextos más complejos puedan formar y conformar un relato en su comunidad y el mundo. Una sociedad que sea consecuente con lo que es… un proyecto común, inclusivo, acogedor y alejado del odio al diferente y a aquel que carece de redes de protección. Y en la construcción de esta sociedad jugamos un papel todos y todas.

Quienes administran la cosa pública deben cuidar los procesos de respuesta a las desigualdades. En el «como» construimos las cosas, fortalecemos un modelo de sociedad u otro. Cómo han tratado esta información lo pone en evidencia. Pero también todos y todas jugamos un papel capital; lanzando a la hoguera de la crítica a quienes no conocemos o presuponemos diferentes, poco o nada ayudamos… Este mundo tan rápido necesita de reflexión  y sosiego antes de dar al botón «enviar». En el caso que nos ocupa, es doloroso ver como se señala a chicos y chicas que hace dos días eran menores. Menores que han vivido cosas en sus cortas vidas que nadie debiera afrontar nunca. Chicos y chicas supervivientes de un mundo feroz que aleja a las personas del centro de su sentir y pensar.

Es fácil construir mensajes que despierten el aplauso o me gusta de la gente. Mensajes que se comparten a través de las redes y los bares a un ritmo frenético. Mensajes que juegan con el exabrupto, el estereotipo o la percepción de lo que rompe nuestra homogeneidad. Mensajes que hacen de la excepcionalidad una generalidad, de lo oído en boca de otros una verdad, del sufrir de unos el miedo de todos. Aquí entra en juego nuestra corresponsabilidad y solidaridad a la hora de fortalecer una sociedad digna de traspasar a las futuras generaciones.

Tenemos mucha tarea por delante. El discurso del miedo, del odio, de la confrontación hacia quienes sufren… está a la orden del día. Arraiga en más personas de las que nos imaginamos y el silencio es su mejor y mayor aliado. Es sigiloso y seductor. Repensemos lo que oímos, abramos nuestra mirada a lo que nos rodea y co-construyamos la realidad… sólo así podremos recolocar en el centro de nuestro sentir a las personas.

Entre tanto… seguiremos remando.

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